Esta frase tan lógica como evidente me encanta. La he encontrado en el blog del Laboratorio Gemológico MLlopis, afincado en Valencia, y se trata de un sencillo consejo de prudencia comercial. Pero el problema está en que muchos ¡ni dudan! Tanto la gente de la calle como algunos profesionales de la joyería carecen de la formación necesaria para distinguir el diamante de la moisanita, el aguamarina del topacio, y la esmeralda del granate demantoide. Pero qué curioso que cuando se descubre una cosa por otra siempre es algo de menos valor en el lugar de algo más cotizado.
Unos piensan que esto pasa especialmente ahora por esta época de crisis y picaresca. Pero me da la impresión que nunca se ha valorado suficientemente la gemología, y cualquiera cree que tiene un ojo clínico difícil de engañar, aunque nadie lo tenga provisto de un lector del índice de refraccción de cada gema. El caso es que este tipo de sorpresas seguirán apareciendo mientras la gente se fíe de la palabra del otro. Y no es cuestión sólo de fe, porque a veces el que vende tampoco lo comprobó oportunamente en su momento y creyó a pies juntillas al que se lo compró. Pero es que sin un certificado auténtico no se deberían dar pasos de ciego.
Para terminar, adjunto un gráfico de Laboratorio Gemológico MLlopis que explica la auténtica realidad de una presunta esmeralda. Resultó ser un "doblete" de dos cuarzos con una lámina de vidrio de color verde, toda una esmeralda soudé. Vistosa pero falsa.
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